Por: Mateo Valencia Atehortúa. @mavaat.

Más de cien años de historia, de nuestra historia arriera que rememora aquella Medellín de mulas y tangos y aguardientes y tertulias. El Jordán es patrimonio de todos y aunque hace más de 7 años dejó de recibir fulanos tan envejecidos como sus paredes, mañana seguirá narrando el andar de este pueblo que quiso convertirse en ciudad al ritmo acalorado de las industrias.

Fue en 1891, de la mano de los Burgos, que abrió sus puertas y dejó pasar por sus entrañas las más fascinantes memorias del terruño. Y por décadas, pasaron todos, o casi todos. Personalidades de la Antioquia grande, de la Colombia chica, se encontraban allí para departir, bajo el color rojo, el acontecer del país de mediados de siglo. Aquella época recalcitrante que se aferraba a la idea de matar o morir, como ahora pero con mucha menos hipocresía. Poetas, políticos, escritores, intelectuales, aprendices de intelectuales, brutos y analfabetas, borrachos hasta el sombrero, bailando al ritmo del pasodoble y cuando el pueblo llano lo pedía, asomaban también los porros y las cumbias. Aquellas tablas guardan las pisadas de tres generaciones de colombianos.

Ubicado en una esquina, a media montaña, de paso para el occidente, fue fundado cuando Robledo todavía no era Robledo. Aquel corregimiento construido por la tragedia que dejó las oleadas de la Iguaná, una quebrada de agua limpia que un día decidió que no quería compartir más sus orillas con la gente y se los hizo saber engullendo a 7 morenos. Los que quedaron, corrieron pendiente arriba y se plantaron en un altico para siempre. Alrededor de la nueva aldea nacería el barrio, y con él, El Jordán.

Casa de recreo por las tardes, de bohemia por las noches. Se servía aguardiente sin reparo, se tomaba con las mismas ganas. Se ahogaban las penas con licor o con una nueva conquista, se bailaba con frenesí lujurioso y se lloraba al recordar aquellas historias porteñas que viajaban en forma de tango. Bautizado el primer bar de Medellín, no porque lo fuera sino porque merecía serlo. El Jordán es la historia de lo que fuimos, y ahora, también de lo que seremos.

Alta ironía que el progreso traiga la quiebra. El bar de la tertulia ya no servía para aquello, los carros de mulas fueron mudando por los ruidosos motores y las canciones viejas se transformaron en el tastaseo de las bolas de billar. Maldita suerte el progreso, Jordán. Pero así es Medellín, no tiene sentimientos para los románticos ni los poetas, estamos en extinción, Jordán. Todo se basa en producir, producir y producir. En el abandono caíste, hasta hoy.

Y digo hasta hoy porque ahora que lo recuerdo vuelve y vive en mí y en ustedes que leen, ejercicio bonito este de la escritura y las ideas que tiene la capacidad de viajar en el tiempo. Pero no sólo por eso, también porque hace un par de años la alcaldía decidió expropiar el local y convertirlo en un centro de formación cultural. El ciclo de la vida. El Jordán volverá a ser habitado por jóvenes con ganas de conocer. La música, la vieja, la nostálgica, volverá a resonar en tus paredes, Jordán. Te harán un trasplante de alma y la gente volverá a reír y a cantar y a tocar dentro tuyo. Las obras de reconstrucción empezarán el próximo mes de noviembre, se estima una inversión de seis mil millones junto con un montón de chiquilines ganosos. Trátalos bien, Jordán, para que la historia continúe.